Por Marina Sereni, viceministra de Asuntos Exteriores y Cooperación Internacional de Italia
Escribo estas líneas en un momento – primeros de diciembre – en que parece claro que tendremos que convivir con la COVID-19 durante largo tiempo; . mientras, continuemos haciendo grandes esfuerzos para reactivar la economía. Las pérdidas acumuladas a lo largo de estos meses son enormes. La proyección de la contracción del PIB en la UE para 2020 es de un -7.4 (Comisión Europea). Según la CEPAL, en América Latina la caída será de un -9,1%.
Además de la recuperación económica está la necesidad de afrontar las fuertes desigualdades sociales que la crisis pandémica ha puesto de manifiesto, y lo que es peor ha exacerbado, afectando sobre todo aquellas categorías que ya eran débiles desde antes. No será fácil, sobre todo allí donde la capacidad de los sistemas de protección social de los ciudadanos es menor.
Al hablar de desigualdades, voy a referirme en particular a los jóvenes, a quienes la pandemia ha colocado en el centro del interés público. Por un lado, la pandemia ha impactado negativamente en todas las facetas de la vida de los jóvenes, entre ellas la socialización con sus coetáneos, que, debido al confinamiento, no han tenido más remedio que practicarla a distancia; por otro, la toma de conciencia de dos realidades está llevando a relacionar la reactivación económica con el bienestar de las generaciones del futuro[1].
La primera tiene que ver con el hecho de que la crisis está derivando en un replanteamiento de los fundamentos de nuestro modelo de desarrollo, en torno al cual habían surgido dudas y temores, incluso antes de la pandemia, debido a grandes tendencias globales cuyos resultados son imposibles de prever: el cambio climático, el envejecimiento de la población, la globalización, las migraciones y el progreso tecnológico.
La crisis ha obligado a tomar conciencia de la denominada «globalización del riesgo» (Beck), que depende de los flujos cada vez más intensos y acelerados de personas y bienes. La presencia de efectos secundarios no deseados, a menudo dramáticos, plantea la necesidad urgente de ralentizar, de rediseñar la economía, de evitar cambios que podrían llegar a ser irreversibles (por ejemplo, la supresión de los recursos naturales) y de los que tarde o temprano nos arrepentiríamos. Mientras los sistemas de producción y consumo deberán hacerse cargo de las consecuencias en las generaciones futuras, tendremos que dirigirnos a los jóvenes para inocular nuevas energías que ayuden a renovar, a engendrar sociedades más resilientes.
Al fin y al cabo – y éste es el segundo aspecto del que hay que tomar conciencia – son los jóvenes y las generaciones futuras quienes deberán aguantar el peso mayor de la recuperación económica. De hecho, para poder recuperarse, los países deberán recurrir a una deuda muy grande y que se supone durará mucho, y serán las próximas generaciones quienes deberán pagarla.
Considerar a los jóvenes y a las generaciones futuras en este contexto significa necesariamente plantearse el problema de la transmisión intergeneracional de las ventajas y desventajas. Hay por lo menos 3 ámbitos donde se reproducen desigualdades asociadas a los orígenes y en las que las políticas deberían centrar sus esfuerzos y energías:
- La formación y la educación a todos los niveles, desde los primeros años de vida e incluyendo la formación universitaria. El bienestar depende cada vez más del acceso y del uso del conocimiento. Una formación y una educación de calidad, con inversiones públicas adecuadas, pueden hacer que la ciudadanía vuelva a crecer y que el ascensor social funcione, reduciendo las disparidades como las que se manifiestan por ejemplo en el abandono escolar, en los resultados educativos bajos, en la brecha entre las escuelas de regiones o barrios diferentes, en la reducción de los años de estudio.
- La inserción en el mundo laboral a menudo supone la permanencia de muchos jóvenes – sobre todo los que pertenecen a las clases más desfavorecidas – en la amplia zona de los trabajos precarios, poco cualificados y más vulnerables a los choques económicos. Sin embargo, la inclusión laboral de los jóvenes podría convertirse en un camino menos áspero si se inviértese en políticas activas del trabajo, es decir mediante servicios de orientación, asistencia, intermediación, formación de profesionales y otras medidas facilitadoras.
- La seguridad económica para hacer frente a las transiciones (el trabajo, la formación de una familia, la genitorialidad, etc.) en condiciones de autonomía y para forjarse, más en general, un camino propio, libremente elegido y – para aquellos que hayan vivido en un entorno socioeconómico menos favorecido – sin las consiguientes constricciones. Sin riesgo de caer en el asistencialismo, hay varias formas de dotar de recursos a los jóvenes (el subsidio único para los hijos, que se está introduciendo en Italia, puede ser un ejemplo útil en este sentido). Sin ellos, las posibilidades de encontrarse con buenas perspectivas de futuro para los que no tengan una familia que se las procuren son más bien escasas. El tema de la seguridad económica deberá extenderse seguramente a la revisión del más clásico de los pactos intergeneracionales: el pacto sobre la seguridad social, puesto que la garantía futura de la pensión está desapareciendo por la reducción de la población en edad laboral, debido al bajo índice de fertilidad y al aumento de la longevidad.
Lo anterior– lo digo aquí de paso, se trata en todo caso de un aspecto fundamental para cualquier acción de recuperación que se proponga seriamente como objetivo superar las desigualdades actuales – vale también, y en términos muy similares, para las mujeres. No se puede soslayar la exigencia de remover los obstáculos que enfrentan las mujeres desde antes del Covid 19, y los que la pandemia ha incluso agravado, empezando por las posibilidades de acceso y permanencia en un trabajo decente.
A la hora de diseñar los escenarios post-pandémicos, es fundamental evitar el peligro de que se consolide esa configuración social por la que las familias acomodadas tienen la posibilidad de ofrecer grandes ventajas iniciales a sus hijos, lo que los ayuda además a lograr mejores resultados. Pero, como hemos visto, además de las desigualdades típicamente sociales, ya no podemos ignorar la desigualdad que se refiere a las relaciones con las generaciones futuras. En este sentido, además de las tres prioridades de inversión que he mencionado, es preciso dar un paso más y sumar la perspectiva de la justicia intergeneracional a la lista de criterios de evaluación ex ante y ex post de las políticas públicas, tal y como se ha empezado a hacer con la igualdad de género.
Sólo así podremos dar un sentido a palabras clave como equidad, sostenibilidad y resiliencia, y trazar un horizonte de futuro para las jóvenes generaciones.
Traducción: Patricia Unzain
Referencias
European Commission (2020), European Economic Forecast, Autumn 2020, European Union
CEPAL (2020) Estudio Económico de América Latina y el Caribe 2020. Principales condicionantes de las políticas fiscal y monetaria en la era pospandemia de COVID-19, Santiago de Chile
Beck, U. (2002), ed. orig. 1997, Che cos’è la globalizzazione. Rischi e prospettive della società planetaria, Carocci, Roma
[1] El nombre del plan de recuperación en Europa es muy significativo: Next Generation EU. De hecho, se propone como una herramienta de política a largo plazo. Vincula también la recuperación con los ejes de la agenda estratégica de la UE, es decir la transición verde y digital. Es un plan entendido como una gran inversión para el futuro.