Artículo de Luis Bruzón Delgado, doctor en Comunicación, actualmente coordinador de Cultura y Comunicación de la Coordinación Educativa y Cultural Centroamericana, del Sistema de Integración Centroamericana (CECC/SICA).
La cultura en la que vivimos nos ha enseñado a vivir nuestras ideas como si fueran ciertas, únicas y verdaderas. Esto es causa frecuente de conflictos y malestar en la convivencia con otros. Pero, desde nuestra hechura biológico-cultural, ¿es posible ser dueños de la verdad?
Humberto Maturana
Da la impresión de que en el mundo moderno ya no tenemos tiempo para la reflexión crítica, entendida ésta como un acto emocional para observar y analizar el devenir de nuestras vidas. En un mundo dominado por el flujo imparable de información o infoxicación, ¿realmente nos hemos ocupado de trabajar la empatía social frente a la entropía dominante?
Cabe hacerse esta pregunta para considerar conceptos como la confianza en la conformación de las sociedades modernas, en las que se impone la necesidad de generar condiciones para la convivencia. ¿Qué papel juega la cultura en el mundo moderno? ¿De qué manera se relaciona la cultura con la confianza para consolidar procesos de paz y articular condiciones de bienestar? Repasemos algunas variables clave para entender este binomio sobre la base de los ejes que sustentan el marco teórico y conceptual del Programa EUROsociAL+.
Hemos de considerar, en primer lugar, la diversidad cultural como una fortaleza para lograr condiciones aceptables de vida. La heterogeneidad de formas de pensar y entender el mundo, así como el ejercicio democrático de los derechos culturales, suponen un reconocimiento a las múltiples identidades que conforman América Latina y, por tanto, a la dignidad de las personas. La multiculturalidad necesita de la confianza para generar relaciones interculturales basadas en el respeto mutuo, en armonía con la naturaleza, como sostienen las cosmovisiones indígenas y afrodescendientes.
Por otro lado, las inequidades de género provocan desconfianza, ante la ausencia de principios de empoderamiento y participación social, económica y política de las mujeres. Lo mismo ocurre con el ámbito institucional, incapaz a menudo de diseñar políticas públicas adecuadas para el bienestar y desarrollo de la población o de satisfacer al menos las necesidades básicas de la ciudadanía.
Más de la mitad de la juventud de América Latina se encuentra en situación de vulnerabilidad, lo cual genera desconfianza y se traduce en expresiones de exclusión, pobreza y violencia. Esta situación es extensiva a personas migrantes, niñez y adolescencia, adultos mayores, colectivo LGTBI y personas con discapacidad. La sostenibilidad de las acciones que se emprendan para revertir esta situación está basada en la creación de condiciones para establecer vínculos de confianza, sobre los que descansa el anhelo de una sociedad mejor, como señalan los ODS.
En este contexto, se impone como una necesidad la producción de cultura, la participación activa de la sociedad en la construcción de nuevos discursos basados en el etnodesarrollo como fuente de bienestar. La cultura, desde lo simbólico y lo artístico, constituye una fuerza transformadora, generadora de esperanza, de confianza, mediante la educación, la gestión de las emociones para el reconocimiento del otro, el fomento de un sentido crítico acerca de la realidad global que nos circunda, el fomento de la creatividad y el estímulo hacia nuevas formas de comunicación.
A ello ha de acompañar un diseño de políticas públicas que facilite dicha participación democrática y permita establecer agendas sociales hacia la inclusión de la cultura como un eje fundamental para un cambio de paradigma.
En el mundo moderno, el conocimiento, la aceptación y la comprensión de otras culturas forma parte de un proceso necesario, marcado transversalmente por la confianza. Solo así se podrá lograr un verdadero diálogo intercultural, imposible de alcanzar sin la visión del relativismo cultural y el fomento de la escucha para estimular la acción participativa. La inclusión del otro es una emoción digna de trabajar en un mundo global que tiende a integrarnos y en el que nadie se debe quedar atrás. En definitiva, hemos de abrir las puertas a la confianza en los planos político y social para generar cambios hacia un mundo más justo, equitativo e inclusivo.