Por Sonia González Fuentes, coordinadora del Área de Gobernanza de EUROsociAL+
Según el sociólogo Ludolfo Paramio, los paradigmas de políticas siguen un curso similar a los paradigmas científicos. Esto es, tienden a aferrarse a un marco teórico que ha demostrado ser eficaz para resolver un problema de envergadura, hasta que dicho marco les crea cada vez más anomalías para entender la realidad, momento en el que, a partir de ideas antes marginales, se articula un nuevo paradigma. Digamos que este sería el momento actual. Las políticas hasta ahora dominantes, ancladas en el Consenso de Washington, parecen haberse agotado y como ya han destacado algunas voces, como la de la economista Mariana Mazzucato, deberíamos librarnos de cualquier prejuicio y atadura para generar un nuevo contrato social que promueva la creación de valor por sobre la extracción de ganancias; que socialice las recompensas y no sólo los riesgos; y que invierta en el bien común. Este agotamiento probablemente se ha visto acelerado por la irrupción de la pandemia, que dejó al desnudo las desigualdades y vulnerabilidades, y se está produciendo en un momento de transformación abrupta del mundo con una imparable globalización e interdependencia, una vertiginosa revolución tecnológica y el cambio climático que ya estamos padeciendo. Parece que ha llegado el momento de transitar hacia algo nuevo.
Con la crisis del 2008, nuestra época se resintió muchísimo, pero tras la COVID-19 tengo la sensación de que se ha roto, que nuestros puntos de referencia se difuminaron y vivimos tiempos de oscuridad. Efectivamente, la COVID-19 no sólo ha visibilizado problemas estructurales que ya existían sino también han emergido novedades, que aún no tienen respuestas claras o no muy definidas y que pueden considerarse disruptivas. No sé si seremos capaces como hizo Hanna Arendt de pensar sin asideros, sin barandillas para cuestionar las problemáticas comunes, repensar el mundo e intentar comprenderlo. Cuando una sube o baja por unas escaleras, siempre puede agarrase a la barandilla para no caer; pero hoy hemos perdido ese asidero. Y, en concreto, cuando se piensa América Latina me da la sensación de que se sigue buscando apoyos en trozos de barandilla de la escalera de décadas (pérdidas y ganadas) anteriores que ya no funcionan. Las categorías del pasado no nos sirven, y quizás haya que enfocarse en las especificidades de lo que está sucediendo ahora, e intentar comprenderlo como una novedad histórico-política. Esto podría dar una oportunidad para que la región se encamine hacia el desarrollo sostenible y también para proteger la democracia en un momento en el que el miedo y la incertidumbre es el caldo de cultivo para populismos extremos y autoritarios. En este tránsito es importante no perder la dimensión ciudadana, pues estamos en un punto en el que la tendencia al desapego social e institucional es un riesgo de alto voltaje.
Le escuché decir al filósofo Daniel Innerarity que las democracias ya no se vienen abajo con golpes de estado ni los cambios sociales se hacen revolucionariamente, que manejamos unos conceptos políticos que no tienen en cuenta la riqueza y la diversidad de la sociedad y la complejidad de los nuevos entornos. Efectivamente los problemas a los que nos enfrentamos hoy son mucho más complejos y multidimensionales y nuestras instituciones tienen limitaciones en su capacidad de acción. Por ello, en ese intento de recuperar y fortalecer la dimensión ciudadana, parece imperioso reinventar y recuperar el concepto de espacio público que es donde se condesa la experiencia social y ver cómo se articula con una gobernanza eficaz. Con la irrupción de la pandemia se ha revalorizado lo público, pero curiosamente también nos hemos dado cuenta de que las categorías que utilizamos en ese espacio se han quedado obsoletas.
Nos encaminamos a la era postpandemia y se habla de “reconstruir mejor”, y esto va a implicar reformas, no sé si graduales o radicales, pero sí creo que hemos de acordar significados nuevos si queremos un espacio público vibrante y facilitador de la cohesión social. Significados sobre la ecuación Estado, mercado y sociedad, la distribución y redistribución de la riqueza, la representación política, los territorios, la diversidad cultural, nuevos derechos, la seguridad, etc. Sin estos significados, fallará la deliberación pública y cualquier intento de reforma de nuestra institucionalidad. Aunque hemos entronizado la unidad, la sociedad está lamentablemente segmentada y el espacio público lo que sí debería garantizar es la coordinación, la cooperación, la solidaridad, y el respeto.
El siglo XXI exige una mirada más atenta por parte de todos y todas. No somos meros espectadores. Se va vislumbrando un cambio de paradigma, pero se precisan nuevos conceptos para enfrentar los enormes desafíos actuales, y estos cambios pasan por la articulación de un nuevo contrato social que permitan movimientos constructivos. Ahora bien, el elefante en la habitación: cómo escalar de lo micro a lo macro. En este punto el Estado tiene un rol protagónico. Necesitamos un Estado más reflexivo que más que intervenir pueda habilitar espacios de co-creación y liderazgo compartido con otros actores, sólo quizás así podamos lograr la gran transformación.