Por Agustí Fernández de Losada, director del Programa Ciudades Globales de CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) y experto EUROsociAL+
Los datos no dejan lugar a duda. La COVID-19 ha sido y sigue siendo una pandemia con una fuerte dimensión urbana. La densidad y la conectividad hacen de las ciudades, en especial de las grandes aglomeraciones metropolitanas, escenarios únicos para la transmisión y la propagación del virus. Pero éstas han jugado también un rol protagónico en la gestión de la crisis, mitigando su impacto, en especial en los sectores más vulnerables de la sociedad. De las soluciones e innovaciones impulsadas desde las ciudades, por sus gobiernos, pero también por los diversos actores que conforman su tejido socioeconómico, se pueden extraer lecciones sumamente valiosas para diseñar escenarios de un futuro que es incierto y lleno de desafíos.
La primera apunta a la necesidad de reforzar la cooperación entre las diferentes esferas de gobierno que operan en las ciudades a partir de esquemas de competencias compartidas. La coordinación entre el gobierno nacional y los gobiernos subnacionales, ya sean estatales, regionales, metropolitanos o locales, es hoy una exigencia para diseñar soluciones eficientes a problemáticas, como la COVID-19, de gran complejidad. Operar en una lógica de cooperación, que por definición no puede ser jerárquica, requiere de voluntad política, así como de un fuerte sentido de la lealtad institucional. Requiere, igualmente, de mecanismos de gobernanza eficientes que faciliten dicha cooperación.
Pero la lógica de la cooperación ha trascendido los espacios domésticos. Durante la pandemia las ciudades han dado muestra de un gran dinamismo internacional y han reforzado sus vínculos y partenariados. En los últimos meses los contactos entre ciudades de todo el mundo han sido frecuentes y centrados en compartir conocimiento y soluciones a los múltiples desafíos que plantea la COVID-19. En esta misma lógica, las redes internacionales de gobiernos locales han impulsado plataformas para facilitar el intercambio de experiencias y la transferencia de conocimiento. La cooperación descentralizada se ha mostrado como una herramienta fundamental para reforzar las capacidades de las ciudades para hacer frente a la crisis.
Igualmente, más allá de la cooperación entre esferas de gobierno o entre ciudades en el ámbito internacional, la pandemia ha enfatizado la necesidad de profundizar en la colaboración con los actores que operan en la ciudad y de avanzar en esquemas de co-responsabilidad. Gran parte de las soluciones más innovadoras que han surgido desde las ciudades han sido pilotadas por organizaciones de la sociedad civil, el sector privado o desde centros de investigación y universidades. Han aportado compromiso, innovación, adaptabilidad y recursos y han sido capaces de llegar dónde los gobiernos no son capaces de llegar. Perfeccionar los mecanismos que permiten vincular a dichos actores a las políticas públicas que se impulsan desde las ciudades y canalizar sus aportaciones y capacidad de innovar es clave y debería concentrar esfuerzos y voluntades.
La crisis provocada por la COVID-19 en las ciudades ha tenido una expresión multidimensional. Por un lado, han tenido que gestionar un episodio extremadamente grave de salud pública reforzando los sistemas de salud, adaptando el espacio público y la movilidad y asegurando la prestación de determinados servicios esenciales. En paralelo, la pandemia ha agudizado las desigualdades existentes y puesto de relieve una emergencia social que se verá agravada con la crisis provocada por la desaceleración económica. Una crisis que se está viendo fuertemente condicionada por la disrupción tecnológica y la oportunidad de abordar la transición digital; y por la exigencia de mantener firme el compromiso de transitar hacia un escenario de emisiones 0, un objetivo que se puede ver alterado ante la tentación de impulsar determinadas medidas de estímulo económico.
Que los gobiernos de las ciudades sean capaces de abordar la multidimensionalidad de los desafíos que enfrentan a partir de aproximaciones integrales a los mismos será clave para diseñar respuestas adecuadas al escenario de extrema complejidad que dejará la pandemia en los entornos urbanos. Un escenario que, como ha quedado demostrado durante estos meses, vendrá también fuertemente marcado por la incertidumbre y que requerirá importantes dosis de adaptabilidad y resiliencia.
Sin embargo, más allá de los desafíos, la pandemia plantea oportunidades relevantes que las ciudades, y las sociedades en general, deberían estar en disposición de abordar. Oportunidades para repensar la ciudad, la movilidad, el espacio público y cuestiones críticas como la vivienda, el empleo, el comercio o el turismo; para revisar las dinámicas socioeconómicas y culturales que se dan en ellas, frenando procesos de fragmentación, expulsión y financiarización e impulsando nuevas centralidades, asegurando la cohesión social en todo el entramado urbano, también en las periferias. Estos procesos de revisión deberán también tener en cuenta las posibilidades que abre la tecnología y la transición hacia una economía verde y sostenible; dar respuesta a la brecha digital, el teletrabajo o el aterrizaje del 5G, la inteligencia artificial o el internet de las cosas; y avanzar hacia nuevos modelos de economía circular y neutra en emisiones.
Aprovechar las oportunidades que plantea la pandemia y abordar todos los retos que dibuja requiere, por un lado, fuertes dosis de liderazgo y, por el otro, capacidades, competencias y recursos que no siempre están a disposición de los gobiernos de las ciudades. Las lecciones que nos deja marcan una hoja de ruta inexcusable para que éstos impulsen políticas públicas más eficiente y ajustadas a las necesidades de la ciudadanía. Es más necesario que nunca activar todos los mecanismos, nacionales e internacionales, para avanzar en dicha hoja de ruta y progresar a través de un escenario de incertidumbre y complejidad sin precedentes.