Generar más y mejor empleo, afianzar las identidades locales y promover la cohesión social a través de estrategias territoriales de inversión en el turismo en clave cultural
Foto: Prohispano
La pandemia de COVID-19 tuvo un impacto devastador sobre el empleo asociado al turismo cultural[1]. En general, debido también a que en este sector los trabajadores y trabajadoras son mayoritariamente informales e inestables[2], se han sufrido de manera significativa pérdidas de empleo, disminución de salarios, falta de acceso a fuentes alternativas de ingresos y ausencia de garantías de protección social.
Muchos países del mundo – incluyendo Latinoamérica – han desarrollado planes de recuperación socio- económica del turismo cultural, y no sólo por haber sido muy afectado por la pandemia, sino también por su elevado potencial de impacto en la vitalidad social y económica de nuestras sociedades.
Gracias también a sus vínculos multidimensionales en las esferas económica, social, educativa y ecológica, el turismo cultural representa una fuente importante de empleo. Articula ecosistemas territoriales que sustentan la dinamización de la economía y el empleo en diferentes ámbitos, tales como la artesanía, la gastronomía, las artes escénicas, los festivales y las actividades culturales, la restauración y mantenimiento de sitios culturales en general, así como en los servicios de acogida del turista (hospitalidad, alimentación, ocio) [3]. Según estimaciones del Consejo Mundial de Viajes y Turismo, si el sector turismo en conjunto aporta 330 millones de puestos de trabajo, uno de cada diez en todo el mundo, el turismo cultural, por sí solo, genera el 40% de los ingresos totales.
Teniendo en cuenta estos elementos, y a partir de una solicitud del Gobierno de Costa Rica, entre 2020 y 2022 EUROsociAL apoyó el Instituto Nacional de aprendizaje y el Ministerio de Cultura y Juventud de este país para emprender una acción de desarrollo del tejido productivo individual y asociativo de territorios meta de flujos turísticos por sus atractivos culturales y naturales. La hipótesis subyacente en la acción es que mejorar el tejido productivo conlleva también a estabilizar y generar nuevo empleo y mejorar los ingresos.
En lo que sigue se hará referencia a esta hipótesis, destacándose que, si las estrategias de desarrollo territorial integrado resultan ser clave para una recuperación sostenible, el sector del turismo cultural se presta de manera particular para su implementación.
Un primer punto es que la presencia de “recursos culturales” (zonas arqueológicas, tradiciones locales, etc.) determina una vocación económica de ese territorio (no necesariamente la única). Desde el punto de vista de las políticas sociales y del mercado de trabajo, esta vocación representa una oportunidad de generación y/o mejoramiento del empleo, tanto por cuenta propia (empresarios/as) como cooperativo y dependiente.
En este sentido, el territorio no es solamente el de las grandes ciudades donde se concentran grandes flujos turísticos, sino también el de realidades más pequeñas, que a menudo pueden atraer nuevas formas de turismo – sostenible, experiencial, emocional -, relanzando e innovando el sector y fomentando nuevas formas de empresa.
Por otra parte, el turismo cultural conlleva potencialidades adicionales en materia de cohesión social, toda vez que promueve el afianzamiento de las identidades locales asociadas a valores y tradiciones comunes de los territorios interesados. En este contexto, se le reconoce un interesante efecto multiplicador a nivel antropológico y social.
Ahora bien, la conexión entre vocación del territorio y beneficios en el empleo y la cohesión social no puede darse por descontada; ni es pensable que el mercado cuente con los mecanismos suficientes para ello, sobre todo en función de un reparto lo más equitativo posible de esos beneficios. El desarrollo del tejido productivo de un territorio relacionado con el turismo cultural depende más bien de la capacidad de las políticas de actuar de manera competitiva e implementar estrategias que diferencien ese territorio de otras zonas, produciendo bienestar, valor y riqueza para los actores de su sistema[4].
En otras palabras, el logro de la conexión entre vocación económica y beneficios resulta vinculado a la decisión y capacidad de vertebrar políticas que partan de la idea-fuerza del aprovechamiento del potencial económico y ocupacional de un territorio en virtud de la atracción que ejercen sus bienes culturales. Elementos indispensables de estas políticas son (a) un diagnóstico de las potencialidades, puntos de fuerza existentes, carencias, etc. que sustente el diseño de una estrategia y acciones necesarias en diferentes ámbitos (infraestructura, formación profesional, etc.) para desarrollar la economía del turismo cultural; (b) la voluntad política, los financiamientos y un sistema de gobernanza para articular las diferentes instituciones y stakeholders involucrados.
Lo anterior supone adoptar políticas territoriales que reconozcan las relaciones entre actores – ciudadanos/as, institutos de crédito, instituciones y entidades locales, entre otros – y a la manera en que estos interactúan para crear valor en el sistema territorial[5]. Es por ello que, para que la economía del turismo cultural ejerza todo su potencial y estimule el progreso de un territorio, tiene que privilegiarse el diseño de políticas que además de articular equilibradamente intervenciones y recursos del nivel nacional y competencias, recursos y actores locales, piense las ideas y soluciones desde el territorio, según un enfoque place-based.
En este marco, no está de más recordar el valor ejemplar de un tipo de intervención que ha resultado ser particularmente fructífera también para la promoción del turismo cultural en Europa: la Inversión Territorial Integrada (ITI), instrumento UE que permite combinar fondos de diferente procedencia con el fin de encauzarlos hacia el financiamiento de estrategias integradas de desarrollo local intersectorial, aplicando el mencionado enfoque place-based. Un antecedente de mucho interés de este enfoque es la experiencia italiana de “programación integrada territorial”, iniciada en los años ’90 y desarrollada en relación a los fondos UE de la política de cohesión territorial. Se trata de los Pactos y luego programas y proyectos integrados territoriales, o sea de intervenciones complejas, de naturaleza interinstitucional, intersectorial y/o de sector, vinculadas con amplias áreas territoriales y dotadas de un abordaje unitario construido sobre nuevas formas de cooperación inter-institucional (Gobiernos regionales – Municipalidades) y horizontal (partenariado público- privado, concertación con los diferentes sujetos representativos de los interese locales)[6]. Su objetivo es promover el desarrollo desde el punto de vista económico, ambiental, cultural y social. Son la herramienta con la que un conjunto de actores interesados en el desarrollo estratégico de los territorios elabora e implementa proyectos compartidos para valorizar el potencial de los sistemas económicos locales. Dada la importancia del patrimonio cultural en Italia, el intento de crear “distritos turísticos integrados” ha sido uno de los ámbitos naturales de aplicación.
Como se puede ver, la idea o fórmula de la programación integrada territorial para el turismo cultural es afín a otras formas de desarrollo local, o dicho de otra forma es una expresión de este enfoque: “comparte con él la naturaleza (método bottom up), asume el territorio como ‘sistema de interacciones’ y no por sectores separados, certifican por último la convicción de que el turismo es una economía ‘alternativa’ y transversal, o sea capaz de activar como ya se dijo todos los otros sectores económicos (agricultura, comercio, industria, artesanía, servicios, infraestructuras, bienes públicos, bienes culturales y ambientales, intercambios interculturales, etc.), especialmente para aquellas economías menores y sostenibles que son las más apropiadas ante sus expectativas y las expectativas de sus clientes. Precisamente en este último aspecto, la fórmula de la programación integrada territorial para el desarrollo del turismo cultural enfatiza en el punto de vista del cliente, el cual no percibe la ‘calidad’ de cada segmento o fragmento de su de fruición, sino la ‘calidad global’ del territorio en el que se da su experiencia turística[7].
Artículo elaborado por Francesca Capparucci, Técnica de Proyecto del Área Políticas Sociales en IILA del Programa de la Unión Europea EUROsociAL+
[1] Según el UNWTO, con turismo cultural podemos referirnos a “un tipo de actividad turística en el que la motivación esencial del visitante es aprender, descubrir, disfrutar y consumir los atractivos/ productos materiales e inmateriales de un destino turístico. Estos atractivos/ productos guardan relación con un conjunto de elementos materiales, intelectuales, espirituales y emocionales distintivos de una sociedad, entre ellos las artes y la arquitectura, el patrimonio histórico y cultural, el patrimonio gastronómico, la literatura, la música, las industrias creativas y las culturas vivas, con sus estilos de vida, sistemas de valores, creencias y tradiciones”.
[2] OIT Report ”The future of work in the tourism sector: Sustainable and safe recovery and decent work in the context of the COVID-19 pandemic” (https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—ed_dialogue/—sector/documents/meetingdocument/wcms_840403.pdf), abril 2022.
[3] UNESCO Report “Cutting Edge. Bringing cultural tourism back in the game” (https://en.unesco.org/news/cutting-edge-bringing-cultural-tourism-back-game), marzo 2021
[4] Choi Andy S., Ritchie Brent W., Papandrea Franco y Bennett Jeff, “Economic valuation of cultural heritage sites: a choice modelling approach”, Tourism Management, vol. 31, no. 2, 2010.
[5] Minguzzi Antonio y Presenza Angelo, “Destination building. Teorie e pratiche per il management della destinazione turistica”, Pearson Prentice Hall, 2010.
[6] Santandrea Rocco y Giorgio Rossana, “Programmi Integrati Territoriali tra competitività e coesione sociale: il caso della Puglia”, Rivista Economica del mezzogiorno, 3-4.2004.
[7] Toppan Romano (compilador), “La Venezia orientale come laboratorio di sviluppo locale. L’azione, le buone pratiche e le prospettive del patto territoriale”, Franco Angeli, Milano, 2004.